A principios del 2013 me convertí en madre de una beagle de 4 meses que me enseñó a sentir compasión.
Yo era de aquellas personas que pensaba en comprar un perrito de cierta raza que se acople a mi estilo de vida. Decidí que la mejor raza sería la Beagle, así que empecé a buscar un criador de perros en la ciudad donde vivo. Pensaba que cuando sea grande, lo iba a hacer «cruzar» y que iba a vender a los cachorritos para que de esa forma, pudiera tener dinero para seguir alimentando y cuidando a mi perrito. El día que el criador nos iba a entregar el cachorro que habiamos escogido, nos dio la sorpresa de que el perrito estaba moribundo y que a cambio me entregaría una hembrita porque eso es lo único que quedaba (para mi sorpresa las personas han tenido preferencia por los perros machos). Acepté la perrita.
Yo ya tenía el nombre escogido. Le iba a llamar Bruno pero como resultó ser hembrita entonces me pareció conveniente cambiarle a Bruna. El primer día la Bruna fue muy sociable, nos dio un poco de dolores de cabeza los primeros días a la hora de dormir pero no me importó despertarme cada noche y acurrucarle hasta que se durmiera. A mediados de la primera semana, la Bruna empezó a perder su energía y las ganas de comer. La llevamos donde la veterinaria (donde la Doc) y ella diagnosticó que tenía bastantes parásitos y bacterias y podía correr el riesgo de que también tenga cualquier otro virus que pueden ser mortales en los cachorritos. Le pusimos al día con las vacunas (incluso le volvimos a poner las que el criador nos dijo que ya tenía) y continuamos visitandole casi a diario a la Doc durante los dos primeros meses. Yo tomé muy enserio mi trabajo de cuidar a La Bruna. Aprendí su comportamiento, puse atención al progreso de su salud y poco a poco empezó a mejorar su energía aunque hubo varios momentos en que me sacó lágrimas porque parecía que ya no iba a despertar.
Recuerdo cuando la vi panza al aire un día en el patio y salí gritando y llorando porque pensé que mi perrita había muerto, pero apenas abrí la puerta ella se dio vuelta y me di cuenta que solamente estaba haciendo una de las posiciones que se convertiría en favorita suya hasta el día de hoy; solamente estaba siendo una beagle. Mis llanto de tristeza se transformó en llanto de alegría y algo de euforia.
Lo que pasó a continuación fue algo revelador (música de suspenso). Me di cuenta que la Bruna no era mi mascota, era parte de mi familia, era mi perrhija. Me puse a pensar cuánto habían cambiado mis emociones y mi forma de pensar. No pasaron muchos días para sentir que mi corazón ya no estaba entumecido ni adolorido. Ahora experimentaba afecto por un cachorrito, compasión, ternura y mucha risa cada vez que llevaba todos sus juguetes a su casa para poder dormir,cual taita pendejadas (personaje quiteño de antaño que llevaba en su carrito cualquier chuchería para vender o cambiar).
Yo compré a mi perrhija y no creo que eso esté bien. Uno no puede comprar a su familia. Uno no puede explotar a su familia ni venderla.
El criador que me vendió a la Bruna, tenía en un espacio muy reducido, docenas de perros de varias razas, en condiciones bastante insalubres y con enfermedades de todo tipo. El perrito que escogí no fue el único que murió. Las perritas hembras estaban siendo explotadas para que pudieran parir varias veces al año y quien sabe cuanto tiempo podían aguantar.
Lastimosamente en el Ecuador aún no existen reglas claras para la tenencia o crianza de perros y animales domésticos, por ello ninguna persona que diga ser criadora, tiene la autorización o certificación para serlo. Y para ser sinceros, la mayoría de criadores tampoco practican con ética esta actividad. Decidí que no quiero ser parte de esa explotación.
Ahora mi Bruna, sin ninguna cría en su haber y después de casi tres años, la llevé a esterilizar. Se convirtió en hermana mayor y yo me convertí en mamá de mi perrhija adoptiva Philippa. Sorprendentemente Philippa, que viene de un refugio, no ha tenido mayores problemas de salud. Las dos aún me enseñan cómo ser mejor ser humana y aunque me he hecho mas llorona (pasé la mitad de la película «I’m Legend» llorando por el perrito de Will Smith), aprendí la importancia de adoptar porque a la final no se trata de una mascota, se trata de un miembro de la familia.